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El Corazón del Rollo: Roque Navarro
por Heriberto Torres Vázquez
Publicado originalmente en la Revista del Instituto del Cuatro Puertorriqueño Junio 1978

La montaña. El Cafetal. Lluvia, mucha lluvia. Caminos de tierra. Arcilla y Iodo. Ríos caudalosos. Humedad y frío. Los vecinos distantes y pocos. La familia dispersa. El campo abierto. El trabajo abundante y la retribución escasa. La escuela rural es de maderas, techada de zinc, sin pintar. La maestra viene cuando no llueve, y llueve casi todos los días. Sólo hay un par de libros viejos para más de treinta niños que se acomodan en cuatro o cinco bancos de madera, en torno a tres mesas, también de madera, de superficies rayadas y garabateadas, sin pintar.

El patio es de tierra, descuidado. Los muchachos, entre 8 y 12 años, juegan con bolitas (canecas) de cristal en colores. Caminan descalzos. Por una esquina del patio cruza un camino estrecho, sobre el barro colorado, por donde gente y bestias pasan lentas y silenciosas. La topografía es muy accidentada. El camino se retuerce entre guaraguaos y guavas, para detenerse frente al ventorrillo de don Cornelio, donde entra por dos puertas estrechas de madera. El piso es de tablas rústicas, revestido con el barro del camino. El mostrador es también de maderas. La limpieza se fugó de allí hace tiempo. El aire huele a tocino, arenques, bacalao, salchichón, jabón azul, tabaco hilado, melao y a veces se perfila también la presencia del pitorro. Por los lados, dos ventanas. Por la de la izquierda se ve seguir el camino hacia Adjuntas. El pueblo que está detrás de las montañas. Llegar allá es el sueño rosado de casi todos. En el barrio Portillo del año 1920 no hay mucho porvenir. El futuro se diluye, en el cafetal, detrás de las mulas, en la carbonera y, si se tiene suerte, en el aserradero.

Ocho años tenía José Roque Navarro Jiménez cuando desde allí descolgó los ojos para despedirse de su Río Tanamá. Era el mayor de cuatro hermanos. Su padre, un pequeño agricultor, se iba a las áreas marginadas del pueblo, pero pueblo al fin, buscando una fuente más segura para el sustento de la familia. Adjuntas le prometía, por lo menos en su cerebro, todas las oportunidades de empleo que no llegaban a Portillo. El camino era lento y triste, y se retorcía de angustia viéndolos marchar. El fardo de las esperanzas era mayor que la mudanza, y ésta tropezaba con los barrancos enyerbados del camino.

Para Roque quedaba atrás la escuela del tercer grado, su tío Pedro Jiménez y su abuelo Eugenio. Con ellos aprendió a gustar, y a veces a producir, las notas vibrantes de los rústicos cuatros lentamente extraídos de troncos de guaraguao o de cedro. Como se deleitaba recordando aquellas ocasiones en que su tío y su abuelo lo encargaban de cuidar la casa mientras trabajaban en fincas vecinas, y élse aprovechaba y pasaba todo el "santo" día recorriendo el diapasón en busca de las' notas deseadas. ¡Qué feliz se sentía cuando encontraba el sonido esperado!

De vez en cuando su padre, cantaor de décimas, lo arrancaba de sus meditaciones, con su voz ronca y quejumbrosa arrastrando una cadena. El camino estrecho, el lento repechar de la "jalda" sin atajos y la tierra dura y resbalosa parecían anticipar el resto de la vida. Todo era un anticipo. Para Roque Navarro la vida no sería fácil. Realmente no llegó hasta el pueblo, se quedó en el barrio Saltillo. Allí fue al quinto grado y luego al séptimo, pues le saltaron el cuarto y el sexto grado en la Escuela José Julián Acosta. La falta de recursos no le permitió terminar el séptimo grado escolar. El país sufría una terrible crisis económica y social, que se empeoró con el ciclón San Felipe. Roque tenia que trabajar como mandadero y como auxiliar de peón, para ayudar a su padre en la consecución del sustento para la familia.

Como compensación a esa vida de durezas y penurias Roque encontró a Rafael (Fife) Medina, uno de los ejecutantes más privilegiados del cuatro puertorriqueño que ha conocido el centro de la Isla. Roque se fue convirtiendo en hombre. Mirándose al espejo de Fife Medina, fue puliéndose en la ejecución del cuatro. Le acompañaba a los bailes y cuando Fife descansaba él sonaba el instrumento. Pronto se convirtió en todo un tocador de cuatro. Con el aliento de Fife Medina formó su propio grupo y a veces amenizaba los bailes y rosarios cantados que el maestro no podía atender. Siempre hubo mucha cordialidad entre el maestro y el discípulo. Mientras tanto, y para subsistir, a través de toda una época de depresión y pobreza en el país, Roque Navarro se hace carpintero fino y luego ebanista. Gana prestigio también como fabricante de cuatros.

En el año 1950 vino a San Juan, donde nadie le conocía, pero pronto empezaron a descubrirlo. Con su grupo tocaba en varias estaciones de radio. Cuando no se ocupaba como carpintero subcontratista en los proyectos de viviendas, estaba en su taller reparando y fabricando instrumentos musicales de cuerda. En el año 1953 se graduó en el Programa Tribuna del Arte, de don Rafael Quiñones Vidal, obteniendo el primer premio. También se graduaron con él, Cristóbal Santiago, Toñito Vélez y Arturito Avilés.

Durante ocho años estuvo contratado por Don Rafael Quiñones Vidal para ejecutar el cuatro en los programas de Tribuna del Arte. En el año 1959 obtuvo el primer premio en el concurso para la fabricación de tiples y cuatros auspiciado por el Instituto de Cultura de Puerto Rico. Como ejecutante del cuatro su contribución es significativa para la historia, crecimiento y divulgación de nuestro folklore. Ha recibido numerosos premios y trofeos que así los expresan. Valga mencionar la placa que le otorgara la Compañía de Fomento de Turismo de Puerto Rico y que durante ocho años consecutivos fue premiado por el Festival de Codazos como el mejor cuatrista de Puerto Rico. Aunque en los últimos años se ha dedicado a labores de hojalatería y pintura de automóviles, no se ha divorciado de la música. Los días laborables, en las horas de la tarde se ocupa como maestro de cuatro y guitarra para cerca de 80 estudiantes en el Centro de Servicios Múltiples en la calle José de Diego 300 de Puerto Nuevo.

Roque Navarro es autor de numerosas piezas musicales, pero su obsecrada humildad lo hace subestimarse grandemente, y a tal extremo que algunas de esas grabaciones donde participa como ejecutante o donde tocan su música original, así no lo indican. Por ejemplo en el disco de larga duración de la Casa Ansonia, titulado Danzas con Julita Ross, el nombre de Roque Navarro no se lee en ningún lugar, pero él ejecuta el cuatro en la orquesta que dirige Moncho Usera. Por esa misma condición de su personalidad casi toda su música, y lo mejor de ella, está inédita.

Roque Navarro, el hombre, es humilde a tal grado que se subestima. Reservado, como la gente de su pueblo y su barrio. Si el interlocutor no participa ni conoce el ambiente en que enraizó el músico intuitivo, la comunicación es muy difícil. Pero rasgada la cortina del recelo, aparece el hombre comunicativo y, franco, brutalmente franco, sin dejar de ser prudente. Es amigo fácil, muy servicial, desprendido y laborioso, pero resentido por el olvido oficial hacia del instrumento nacional y su música. Su amor por el instrumento no ha permitido que viva de su cuatro, pero sí ha vivido para el cuatro puertorriqueño.

[Nota: Este artículo se escribió en 1978. Don Roque fallece en 2002].